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RELATOS DE TERROR

Relato de terror, El doctor Rudenfurt
Aquí comienza la extraordinaria historia del"Doctor Rudenfurt", relato escrito por el responsable del sitio Matemáticas y Poesía e ilustrado con dibujos de Mikel Hervás Trancho y otros colaboradores.
El relámpago
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l relámpago cegador se había extinguido pero, después de él ,las ubérrimas entrañas de la salvaje atmósfera, arrojaron a la oscuridad de la funesta y tenebrosa noche más y más cegadores relámpagos, que se unían, en un dantesco espectáculo, al ensordecedor estruendo de los innumerables truenos que rasgaban continuamente el traslúcido e impalpable velo del espacio, haciendo de aquella una espantosa y terrible noche en la que parecían oírse los gritos desgarradores y penosos de las almas atormentadas del purgatorio.

La luz de los relámpagos clareaba el lugar (no por eso menos siniestro) e iluminaba, entre fantasmales sombras la vieja fachada de un gran edificio, en la que se veían, además de una enorme puerta de nogal, medio carcomida y varias ventanas cerradas por completo, unas grandes letras rojas, que indicaban a cualquier persona, curiosa o extraviada, qué se encontraba delante de un hospital para enfermos mentales que hubieran cometido algún acto criminal.

Nada, en principio, denotaba presencia humana en los alrededores del edificio, pues, a través de algunas de las rendijas de la puerta y cuando el cielo era roto por un rayo, todo en su interior parecía estar cubierto de una abundante y rancia capa de polvo.

Por eso, cuando de pronto me encontré en aquel lugar, sentí en mi interior un estremecimiento de terror, ocasionado, probablemente, por la lectura del cartel y la visión, casi espectral, de la vieja casona, y reflexioné unos momentos antes de decidirme a llamar para solicitar cobijo.

Estando como estaba, completamente empapado, con riesgo de que si no me resguardaba enseguida, pudiera ser alcanzado por algún funesto rayo y el hecho de haber observado que una de las ventanas, situada en la pared lateral derecha, tenía los postigos abiertos y reflejaba, a través de sus mugrientos y desvencijados cristales, una débil claridad producida por alguna luz distinta de los rayos, me hicieron tomar la decisión de cortar mis cavilaciones y acercarme a la casa para pedir cobijo en ella, al menos, hasta que amainara la tormenta.
Golpeé varias veces la puerta con una descomunal aldaba que había colgada en ella, semejante a la negra y esquelética garra de un vampiro y los golpes, al resonar bruscamente, me hicieron temer que la casa iba a derrumbarse de un momento a otro, pues todo a mi alrededor pareció vibrar unos instantes.

Durante un buen rato, no percibí más ruido que los clamores peculiares de la tormenta y empecé a pensar que tal vez no hubiese nadie en la casa y que el haber creído observar alguna luz en ella habría sido autosugestión mía. Quise asegurarme, no obstante, llamando otra vez, ahora con más energía y noté de nuevo una inquietante sensación de peligro al oír resonar el eco prolongado de los aldabonazos.
relámpago cegador
En esta ocasión, mi llamada si tuvo reacción, pues noté que alguien, por dentro, manipulaba lo que parecían ser unos cerrojos. Se abrió una pequeña ventana que había aplicada sobre la carcomida puerta de madera y antes de poder percibir quien hablaba, oí una voz ronca y aguardentosa que decía ásperamente:

-¡Ya va, ya va! ¡Estas no son horas de importunar con tanto alboroto! ¿Quien llama?.

- Perdone la molestia - Contesté yo - Pero esta horrible tormenta me ha obligado a buscar refugio y no he encontrado nada mejor que esta casa. Espero que tenga la amabilidad de permitir que me resguarde dentro de la casa, al menos, hasta que escampe un poco.

-¡Está bien, está bien!; después de todo, tal vez se alegre el doctor- Dijo el hombre, mientras corría todos los cerrojos de la puerta (que no eran pocos) y esta giraba sobre sus goznes, con un sonido desagradablemente chirriante.

Apareció entonces un hombre enorme, de aspecto aterrador, parecido a un gorila de burdel, que me dijo, en un tono de voz distinto al de antes y algo menos desagradable:

- Pasa, pasa, caminante extraviado. Perdona mi torpeza al hablarte de un modo tan desconsiderado. El doctor Rudenfurt, mi señor, tendrá mucho gusto en ofrecerte su casa para que te resguardes de la tormenta.

A pesar de su intento de amabilidad las palabras del hombre no disminuyeron su aspecto amenazante y me dispuse a entrar no sin cierto temor casi instintivo ya que la parte animal de mi cuerpo, intentaba desobedecer al pensamiento, atisbando, quizás, en el aspecto del hombre, un peligro no imaginado.

Durante un microsegundo, mi instinto y mi subconsciente lucharon contra mi razón y mi voluntad para intentar vencer en una extraña e inexplicable pugna.

Mi espíritu meditó y concluyó en unos instantes que nada en ese momento podría ser más horrible que morir carbonizado por el impacto de algún desconsiderado y furibundo rayo. La lucha cesó y penetré en la casa.

El hombre me miró con ojos de fuego, con ojos de demonio satisfecho de haber conseguido la presa codiciada y, una vez dentro, corrió todos los cerrojos de la puerta, cerrándola, además, con una vieja y herrumbrosa llave que se guardó en una pequeña talega de cuero crudo que sacó de debajo de la ancha camisola que vestía.

El fragor de la tormenta no era ya más que un tenue murmullo y daba la sensación de que, al traspasar la puerta, me había adentrado en un mundo especial, distinto del que acababa de dejar, separado de aquel en el espacio y en el tiempo y en el que lo que acontecía fuera era tan solo un recuerdo de la imaginación.

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Página publicada por: José Antonio Hervás