Cuando Susana vio al bebé tan
precioso, con una dulce carita, se echó a llorar de
alegría.
- Es preciosa; es nuestra hija. ¿Cómo la vamos
a llamar?
Entre los dos decidieron que se llamara Ana.
Con el paso del tiempo, Ana fue creciendo y haciéndose
una niña muy buena y obediente.
Sus padres estaban muy contentos con ella, porque era muy
trabajadora y les ayudaba mucho. Cuando empezó el colegio,
Ana se sintió aun más feliz porque allí
hizo muchos amigos con los que jugar.
Un día Ana se subió en una valla y su señorita,
en cuanto la vio, le dijo:
- ¡Ana!, bájate de ahí, que puedes caerte
Pero ella no le hizo caso y siguió jugando encima de
la valla con lo cual, finalmente, terminó cayéndose.
Su señorita muy asustada, corrió en su auxilio
al verla llorando caída en el suelo y llamó
inmediatamente a sus papás para que la llevasen al
hospital.